Temilda Vanegas lleva 38 años buscando a su esposo, Jorge Adalberto Franco Argumedo, comerciante de artesanías, desaparecido el 4 de noviembre de 1987. Desesperada, enfrentó amenazas y peligros; recorrió juzgados, ríos y campos, hasta desenterrar, con un palustre y valor, un cuerpo en el cementerio municipal Calancala de Barranquilla para exigir verdad.
La madrugada que decidió exhumar clandestinamente, siguió las indicaciones del sepulturero y halló, entre huesos y prendas reconocibles, aquello que sus ojos ya sabían: los rasgos, la ropa, los tres dientes grandes. Lavó los restos, los acomodó con respeto y regresó la tierra a su lugar, enfrentando luego a la autoridad judicial para admitir su acción. La angustia, el peligro y las amenazas de los responsables la acompañaron durante años, pero su valentía nunca la abandonó.
Jorge era militante de izquierda en tiempos peligrosos y desapareció en una travesía laboral entre San Jacinto y Plato, Magdalena. Testimonios confirmaron que paramilitares desviaron su chalupa, lo torturaron y asesinaron, dejando el cuerpo amarrado y arrojado al río Magdalena, donde finalmente emergió.
Temilda armó sola el rompecabezas de los hechos, protegió a sus hijos del dolor hasta que ya no pudo callar más. Sostuvo a la familia, los educó y luchó por los derechos humanos, superando amenazas y reviviendo su historia ante la burocracia, instituciones y la sociedad. Enfrentó incluso a uno de los victimarios que pidió perdón, reiterando que el daño real se lo hicieron a sus hijos.
A lo largo de los años, colaboró con organizaciones de derechos humanos, se formó en técnicas de búsqueda y ayudó a identificar a decenas de desaparecidos. Demandó al Estado mayor celeridad en la identificación por ADN, convencida de haber hallado a Jorge, pero exigiendo confirmación institucional para que la dignidad y la memoria sustituyan a la duda.
Treinta y ocho años después, la búsqueda de Temilda Vanegas continúa siendo un símbolo de la resistencia y el anhelo de justicia en el Caribe colombiano, la certeza de que la verdad no se entierra y la dignidad persiste en la memoria de quienes no olvidan.

